
Los salmones siempre fueron llevados de sus ideas.
Para comenzar, insistieron en que no querían ser un pez de carne blanca.
-¡Es tan fea y pálida, nosotros queremos ser coloreados!
Tampoco querían ser verdes, ni rojos, ni mucho menos, violetas. El amarillo les parecía demasiado oriental y el azul, falsamente aristocrático.
-¡Queremos un color diferente, que nos distinga, para que todo el mundo nos conozca!
Después de una larga serie de ensayos todavía no llegaban a acuerdo, los diseñadores de La Naturaleza estaban muy molestos y decidieron olvidarse de ellos.
Casualmente, pasaba por allí un oso que había recogido una naranja y como le disgustó el sabor de la cáscara, se sentó a la orilla del río, se puso a pelarla y arrojaba los pedazos al agua.
Nada más verlos, los Salmones supieron de inmediato que ése y sólo ése era el color que querían para su carne.
-¡Todos van a morir de envidia!- se jactaron.
Los diseñadores también lo encontraron hermoso, aunque consideraron que tanta belleza sería constante tentación para los animales que se alimentaban de peces y, probablemente, resultaría muy decorativo en un plato de comida humana
-¿Están seguros de que quieren ser así? -preguntaron
-¡Queremos ser únicos y lo hemos logrado! –respondieron los Salmones.
-¡Qué tercos son estos Salmones, si quieren ser anaranjados, que se las arreglen solos! –dijeron para sí mismos.
Ahora que eran anaranjados, los Salmones estaban tan orgullosos que hasta quisieron que el color anaranjado cambiase de nombre:
-¡Tiene que llamarse salmón! –exigieron.
Las naranjas estaban tan furiosas que interpusieron un recurso de protección, pero fue rechazado. Finalmente, después de mucha discusión, se acordó que los dos nombres podían coexistir, pero si ustedes conocen un solo Salmón que le diga anaranjado al anaranjado, me como mi sombrero.
-¡Cada día están más tercos estos Salmones! –y esta vez, el comentario era de toda la fauna salvaje.
Los Salmones eran fuertes, de recia musculatura y largo aliento; a poco andar descubrieron que nadar por el fondo del río no era suficiente ejercicio y les aburría.
-¡Ni que fuéramos ostras, qué lata! –reclamaban pidiendo más aventura en sus vidas.
Para entonces, nadie estaba dispuesto a darles en el gusto. Los demás peces estaban enojados porque sólo los Salmones tenían esa bella carne anaranjada, las naranjas estaban indignadas porque más de alguien decía que eran de color salmón y la fauna acuática pensaba que nadie tenía derecho a demandar tantos privilegios. Si de aventuras submarinas se trataba, que las viviesen todos a la vez.
Empecinados, los Salmones decidieron que esta vez les taparían a todos la boca, porque iban a tener lo que querían por su propio esfuerzo.
Decidieron, entonces, que desovarían en los ríos, luego bajarían al mar a vivir su vida adulta y finalmente, regresarían a los cursos fluviales para volver a reproducirse.
Cuando llegó el día que los Salmones bajaron al mar por primera vez, el río se quedó silencioso y aburrido. Como no llegaban noticias de ellos, los peces, las ranas y los osos pensaron que se iban a quedar en el océano para siempre. Hasta que una mañana, después de mucho tiempo, el viento silbó sobre las copas de los árboles trayendo la noticia:
-¡Los Salmones han emprendido viaje río arriba!
Todos quedaron asombrados. ¿Tan fuertes eran los Salmones que podían regresar a las lagunas donde habían nacido? ¡Seguro que cuando llegaran serían más jactanciosos que nunca antes!
Los Salmones subían luchando contra la corriente; el esfuerzo les estaba resultando agotador y más de uno se arrepintió de haber esperado tanto para hacer el viaje de regreso.
-¡No nos demos por vencidos –les apuraron otros-, debemos desovar en las lagunas donde nacimos!
Los Salmones saltaban aún más fuerte para superar las rocas y continuaban avanzado contra la fuerza del agua.
-¡Vienen los Salmones! –gritó un oso.
Todos corrían a ver el espectáculo. ¡Que bellos se veían los Salmones saltando contra las aguas que bajaban bramando hacia el océano!
De pronto, un Salmón cayó en el hocico de un oso. De inmediato, los osos se dieron cuenta de que podían pescarlos mucho mas fácilmente que antes y se arremolinaron en los roqueríos a pescar a destajo. Se llenaban la barriga y seguían pescando hasta quedar ahítos. ¡Qué delicioso banquete les estaban dando los Salmones!
Sólo los Salmones más robustos lograron llegar al sitio donde habían nacido, buscaron una novia, hicieron un nido en la arena, se aparearon y desovaron, pero el viaje había sido tan agotador, que apenas lo hacían, perdían la vida.
-¡No importa –suspiraban antes de expirar -, qué bella vida de aventuras hemos vivido!
-¡Qué tercos estos Salmones! - repetían a coro los demás animales- ¡Mire que perder la vida por un poco de aventuras!
-¡Qué sabrosos estos Salmones –decían, felices, los osos -, sin duda alguna, valen lo que pesan!
Mientras, en el fondo de la laguna, las jóvenes crías de Salmón ya estaban pensando en el maravilloso viaje que iniciarían rumbo al océano en cuanto les llegara el momento de partir.
-¡Es tan fea y pálida, nosotros queremos ser coloreados!
Tampoco querían ser verdes, ni rojos, ni mucho menos, violetas. El amarillo les parecía demasiado oriental y el azul, falsamente aristocrático.
-¡Queremos un color diferente, que nos distinga, para que todo el mundo nos conozca!
Después de una larga serie de ensayos todavía no llegaban a acuerdo, los diseñadores de La Naturaleza estaban muy molestos y decidieron olvidarse de ellos.
Casualmente, pasaba por allí un oso que había recogido una naranja y como le disgustó el sabor de la cáscara, se sentó a la orilla del río, se puso a pelarla y arrojaba los pedazos al agua.
Nada más verlos, los Salmones supieron de inmediato que ése y sólo ése era el color que querían para su carne.
-¡Todos van a morir de envidia!- se jactaron.
Los diseñadores también lo encontraron hermoso, aunque consideraron que tanta belleza sería constante tentación para los animales que se alimentaban de peces y, probablemente, resultaría muy decorativo en un plato de comida humana
-¿Están seguros de que quieren ser así? -preguntaron
-¡Queremos ser únicos y lo hemos logrado! –respondieron los Salmones.
-¡Qué tercos son estos Salmones, si quieren ser anaranjados, que se las arreglen solos! –dijeron para sí mismos.
Ahora que eran anaranjados, los Salmones estaban tan orgullosos que hasta quisieron que el color anaranjado cambiase de nombre:
-¡Tiene que llamarse salmón! –exigieron.
Las naranjas estaban tan furiosas que interpusieron un recurso de protección, pero fue rechazado. Finalmente, después de mucha discusión, se acordó que los dos nombres podían coexistir, pero si ustedes conocen un solo Salmón que le diga anaranjado al anaranjado, me como mi sombrero.
-¡Cada día están más tercos estos Salmones! –y esta vez, el comentario era de toda la fauna salvaje.
Los Salmones eran fuertes, de recia musculatura y largo aliento; a poco andar descubrieron que nadar por el fondo del río no era suficiente ejercicio y les aburría.
-¡Ni que fuéramos ostras, qué lata! –reclamaban pidiendo más aventura en sus vidas.
Para entonces, nadie estaba dispuesto a darles en el gusto. Los demás peces estaban enojados porque sólo los Salmones tenían esa bella carne anaranjada, las naranjas estaban indignadas porque más de alguien decía que eran de color salmón y la fauna acuática pensaba que nadie tenía derecho a demandar tantos privilegios. Si de aventuras submarinas se trataba, que las viviesen todos a la vez.
Empecinados, los Salmones decidieron que esta vez les taparían a todos la boca, porque iban a tener lo que querían por su propio esfuerzo.
Decidieron, entonces, que desovarían en los ríos, luego bajarían al mar a vivir su vida adulta y finalmente, regresarían a los cursos fluviales para volver a reproducirse.
Cuando llegó el día que los Salmones bajaron al mar por primera vez, el río se quedó silencioso y aburrido. Como no llegaban noticias de ellos, los peces, las ranas y los osos pensaron que se iban a quedar en el océano para siempre. Hasta que una mañana, después de mucho tiempo, el viento silbó sobre las copas de los árboles trayendo la noticia:
-¡Los Salmones han emprendido viaje río arriba!
Todos quedaron asombrados. ¿Tan fuertes eran los Salmones que podían regresar a las lagunas donde habían nacido? ¡Seguro que cuando llegaran serían más jactanciosos que nunca antes!
Los Salmones subían luchando contra la corriente; el esfuerzo les estaba resultando agotador y más de uno se arrepintió de haber esperado tanto para hacer el viaje de regreso.
-¡No nos demos por vencidos –les apuraron otros-, debemos desovar en las lagunas donde nacimos!
Los Salmones saltaban aún más fuerte para superar las rocas y continuaban avanzado contra la fuerza del agua.
-¡Vienen los Salmones! –gritó un oso.
Todos corrían a ver el espectáculo. ¡Que bellos se veían los Salmones saltando contra las aguas que bajaban bramando hacia el océano!
De pronto, un Salmón cayó en el hocico de un oso. De inmediato, los osos se dieron cuenta de que podían pescarlos mucho mas fácilmente que antes y se arremolinaron en los roqueríos a pescar a destajo. Se llenaban la barriga y seguían pescando hasta quedar ahítos. ¡Qué delicioso banquete les estaban dando los Salmones!
Sólo los Salmones más robustos lograron llegar al sitio donde habían nacido, buscaron una novia, hicieron un nido en la arena, se aparearon y desovaron, pero el viaje había sido tan agotador, que apenas lo hacían, perdían la vida.
-¡No importa –suspiraban antes de expirar -, qué bella vida de aventuras hemos vivido!
-¡Qué tercos estos Salmones! - repetían a coro los demás animales- ¡Mire que perder la vida por un poco de aventuras!
-¡Qué sabrosos estos Salmones –decían, felices, los osos -, sin duda alguna, valen lo que pesan!
Mientras, en el fondo de la laguna, las jóvenes crías de Salmón ya estaban pensando en el maravilloso viaje que iniciarían rumbo al océano en cuanto les llegara el momento de partir.
octubre 27, 2009
por Alidaverdi
Blogliterario
1 comentario:
Tu y yo tenemos harto de salmon....nuetras crias serán iguales y mejores.
Te amo
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